Los adioses se hacen eternos,
y empiezan a tomar forma y contexto,
de su propio ser.
Las almas que fueron unidas a fuego,
y entre lágrimas quedaron posteriormente separadas,
ahora desconocen sus destinos.
Y mientras toman sus trenes y aviones,
en direcciones opuestas,
aún se preguntan,
si algún día en esta vida,
volverán a encontrarse.
Las viejas miradas ya no cortan
como afiladas cuchillas,
ahora atraviesan los cuerpos
que ya no vemos.
Y las palabras ya no duelen,
puesto que no son siquiera pronunciadas.
Desde el silencio se matizan realidades paralelas
de las que no tenemos constancia real.
Las pieles se vuelven frías y se agrietan,
como los labios que no se besan,
a falta de calor y humedad.
Y las noches, en concurrida soledad,
ya no necesitan de más calor que el mío propio.
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