Nunca volveré a ser tan joven,
ni tan ilusa,
o tal vez sí...
Nunca volveré a ser tan triste,
a ser tan breve,
a ser tan lenta...
La incomprensión es un cáncer para el alma,
y la mía aquí podrida deposito,
pues ya no voy a volver a esperarte aquí sentada.
Ya no voy a volver a confiar en tu recuerdo,
ni en el hipócrita esperanza de tus ojos,
ese verde que tanto amé...
Ya no voy a volver a plantearme cuanta de la culpa es mía,
por traicionar la confianza que empeñaste,
pues después con creces has devuelto,
el dolor que fue causado.
La decepción es mutua,
y la pena es mia...
Ahora y siempre me despido,
y suplico redención a mi destino,
por los errores y los aciertos...
Veo en mi ardiente deseo nuestras pupilas que salpican chispas,
reflejando la luz de otro cálido romance veraniego,
sólo paz y violento ardor.
Sólo todo aquello que rompí en pedazos,
y que quizá nunca fue real.
Si tantas veces hiciste brillar lo antes muerto,
ahora ha vuelto al ataúd.
Gracias por lo bueno y por lo malo,
por las lecciones y los cambios,
por el aguante, y por el sufrimiento.
Me despido un día más,
con otra carta sin destinatario.
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