La única constante de la vida es el cambio.
Los acontecimiento se suceden sin ser nosotros absolutamente,
quizá a veces,
ni siquiera una pizca,
conscientes de ello y de lo que suponen
para nosotros mismos,
nuestros seres queridos,
nuestra vida y nuestro entorno.
Sin embargo, debo reconocer que el peso del error es grande,
pero con el valor (dolor) que brinda la honestidad
me fuerzo la mirada hacia el cielo
con la intención de no manchar tierra de nadie
con lágrimas de sangre.
Somos la humanidad y su imperfección,
sumada a mi estupidez congénita primitiva,
a la impulsividad incontrolable,
y la falta de aparente coherencia en los momentos más inoportunos.
El peso del error es grande,
pero es mi deber aprender de él y fortalecerme a su costa,
con la finalidad de no volver a repetir
algo de lo que me arrepiento con creces,
algo incorrecto.
Tal vez sea un tanto ilógico
el someterme a auto-torturas de este calibre,
pero quien si no es juez para castigar mi errores,
si no soy yo misma, y mi propia conciencia...
Las pérdidas se clavan como astillas
en los fragmentos resquebrajados
y apañados de un corazón marchito
por la polución de la traición,
y tras muchos años de dolor,
sigo notando mi alma morir
cada segundo en que pienso en lo que me he convertido...
Ya ni suplico perdón,
ni redención,
sólo quiero acurrucarme con mi dolor en la ciénaga de la que procedo
y morir allí sola,
con el hedor de mi corazón podrido asfixiándome.
La vida es una tómbola, y yo siempre dije que soy la peor opción.
Ahora sólo queda esperar que el tiempo lo cure todo..
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