Esto va
de cómo forzar la mente al blanco,
sabiendo que siempre habrán mil cosas que
decir que ni siquiera merecen ser escuchadas,
pues jamás fueron, son, ni serán
comprendidas.
La
eterna ¿decepción?
Es
extraño, puesto que ni la peor puñalada me sorprende…
Ahora
escucho cosas que dijiste sobre mi y…
Joder, ¿Cómo puedes ser tan hipócrita?
Sólo siento
lástima,
esto es una causa perdida,
y créeme, forcé la fe, hice a la esperanza
resurgir, y todo en vano.
Me
cansé de preguntarme por qué,
me cansé de no entender nada una y otra vez.
Otra
vez.
Supongo
que esto no es un final,
puesto que estamos escritos,
y lamento aceptar que
eres una causa perdida,
pero es un hecho.
Siempre
tuve y tendré tendencia a sobreprotegerte puesto que sé que eres débil,
y hay
algo que me conecta contigo y no se va,
que es tan o más cancerígeno que yo
misma.
La verdad,
ni siquiera yo me entiendo,
supongo que es cuestión de orgullo,
o tal vez
estupidez congénita.
Intenté
ser lo mejor para ti,
aun sabiendo, como siempre,
que era lo peor para mí.
Te dejé
dolerme,
clavarte profundo con palabras disfrazadas de hipotéticas verdades.
Intenté
creerlas, lo prometo,
y como siempre,
has demostrado que no te importa nada.
Por eso
no mereces estas letras,
pero sabes cómo soy mejor que nadie,
y fiel a mí
misma, las escribo.
Y aunque sé que no las mereces,
te las regalo.
No
tengas miedo, pues no va a ser costumbre,
y ni mucho menos quiero hacer mención
a mi orgullo,
ese al que has escupido mirándole a los ojos (otra vez).
Ya no
me dueles ¿sabes?
Ya… no te quiero.
No sé si alguna vez en los últimos tiempos
llegué a hacerlo,
pero créeme, ahora me quiero más a mi…
algo que siempre quise
inculcarte desde que nos conocemos,
el amor propio.
Ahora
estoy sentada en mi cama escribiendo estas letras,
planteándome si mandártelas,
sabiendo que si lo hago, no las leerás siquiera.
Creí
ser importante para ti,
simplemente por todo lo que hemos vivido.
Lo he
creído tantas veces…
Sí, soy una ilusa, ¿qué vamos a hacerle?
Y
pasarán los días sabiendo que no piensas en mí cuando una matrícula me
sorprenda mientras camino, o cualquier minúsculo detalle me recuerde tu
existencia.
Pero ya no me dueles, ¿sabes?
Simplemente serás aquella espina de
la incomprensión clavada en mi pecho como una constante,
algo que mi obsesiva
mente inquieta nunca comprendió,
otra de tantas marcas en mi piel que me
acompañan en el camino.
Otra vez y como siempre.
De
verdad, te deseo suerte,
aunque me cueste reconocerlo y sepa que no vas a
tenerla.
Y me
alegro de que las cosas vuelvan a su lugar,
porque ni tú te mereces tenerme, ni
yo sufrirte.
Recalco
aquellas palabras:
”No merezco nada tuyo, no quiero que me quieras,
no quiero
ni merezco poder hacerte daño.
Sabes que te la acabaré liando tarde o temprano.”
Madurar
implica aceptar y afrontar los cambios
, luchar las dificultades, y así lo hago,
cuando el dolor me viene a visitar.
Esto no
es más que un “parte amistoso post accidente”.
Firmo y dejo a mi seguro
encargarse del resto.
Siempre
me quedará algo que decir,
sabes que soy de esas personas que gusta de tener la
última palabra.
Ahora se las digo al papel, cosas que no gusta oir,
pero que
bien sabes que son ciertas.
Quiero
creer que algo dentro de ti muere cuando mi nombre pasa por tu mente,
y te prometo
que no he derramado una sola lágrima desde hace semanas.
Pero de verdad,
intento autoconvencerme de que debe dolerte saber lo que me has hecho,
consciente o inconscientemente.
Y no, no te culpo por nada,
somos humanos y
todos cometemos errores.
(Concretamente tú eres mi error universal).
Pero
hace mucho tiempo que crecí y dejé de tener miedo,
ni a mí, ni a ti, ni a la
vida.
Me
resulta imposible concluir este relato,
para qué mentir, creo que es obvio.
Si hay
algo que deseo es tu felicidad,
que seas capaz de convertirte en una persona
plena, madura y con coraje,
y si algún día se cumple,
verás en mí la
sonrisa más pura que pueda dibujarse en mi rostro.
Mientras
tanto, una vez más,
bajo mis armas y dejo de librar guerras que no me
corresponden,
mi pequeño Peter Pan…
Me encantaría poder abrazarte después de
leer todo esto,
antes de darme la vuelta y desaparecer,
sabiendo ambos que
fuiste tú, quien otra vez más, me dio la patada.
No creo
que te importe, pero estoy bien, mi vida sigue su curso exactamente igual que
siempre y nunca me faltarán motivos para levantarme de la cama, y aunque me
falten, seguiré haciéndolo.
Acepto
mi derrota.